La Urbe Eterna
Recitado
a doble capella
(A Buenos Aires fervor y tango)
GARDELITO ES
EL “VIEJO RELOJ DE COBRE” QUE CONVOCA, EN LOS CREPÚSCULOS QUE FENECEN, A LOS
ESPECTROS QUE RETORNAN DURANTE LAS TINIEBLAS DE LA NOCHE PARA UNA NUEVA
RONDA NOCTURNA POR LOS BARRIOS Y LAS CALLES DE LA URBE ETERNA.
Salen en tropel y cabizbajos el viejo violinista de blanca
melena; milongueros con lengues anudados y compadritos acamalados que ya no
son; papusas con timbetis de pulsera negra que resaltan dobles ochos en pistas
ausentes del suburbio; los chochamus de traje cruzado que rumbean a la milonga
patoteando giladas; percaleras, venidas a más y repintadas a todo trapo, que
lucen fugaces chafalonías en la soirée de los clubes de barrio reclinados sobre
la barriada...
Pasan frente a cafés de estaños tumbados por la piqueta impiadosa,
espejismos estriados por el tiempo, con sus mesas de billar ávidas de
carambolas que emigraron al panteón rioplatense del ayer. Los fantasmas
trasparentes de antiguos parroquianos se ponen de pie, alzan las cañas y
ginebras y de un saque se las echan al garguero reseco de nostalgias, mientras
agitan las manos en alto en su chau che a los antiguos espectros de la Buenos Aires
“...húmeda, atroz e irrepetible”.
Se desplazan por esas calles agobiadas de vejez, cruzan esquinas
sin nombre; vislumbran boliches que despegan de la desmemoria en vigilia. Es la
urbe melancólíca y dolida, tímido rubí opacado, huella mustia del pasado.
Ciudad ciega y melancólica; rejunte de amigos que ya no están.
fantasmas y sombras de violines empilchados de esmoquin, fuelles de percal y
funyis requintados, refucilos de neón 2x4 que alumbran las noches porteñas...
que bordonean, perpetuos, compases de tangos, valsecitos y milongas que se
niegan a dejar el ruedo de la nostalgia.
Y cuando la madrugada derrama su último suspiro, los espectros y
sombras de la urbe eterna marchan en silencio por la Corrientes angosta, la
calle que nunca duerme, para ir a atorrar el sueño fugaz de la alborada en los
callados jardines de la vieja Chacarita. es cuando la fulgencia perenne del
bronce gardeliano les da una nostálgica bienvenida y los recibe con su sonrisa
rioplatense, tan ancha como el más ancho, barroso y amarronado Río de la Plata. Como una carcajada de
añoranzas a mitad de camino entre orres pelandrunes y percantas mistongas. como
la urbe eterna, che Buenos Aires, que nunca dirá su adiós definitivo. y
"si no fuera así, ay qué gran tristeza...”. ■
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